Aquellos días esperaba impaciente que llegase el "casi" fin de clase. Oía golpes en la puerta, asomaban la cabeza y explicaban que nos venían a buscar para ensayar. Recuerdo sentirme radiante de felicidad...
No tengo claro si era función de Navidad o fin de curso, recuerdo los ensayos, el comienzo del baile, la música, pero lo más claro que recuerdo es lo orgullosa que estaba de que ella me viniese a buscar.
Volver a ver su cara ha revuelto mis recuerdos. Mi vecina Pili, la hija de "mi" Pilonga.
Mi Pilonga...La mujer con la vida más dura que yo he conocido. Recuerdo conversaciones telefónicas con mi madre en las que yo insistía en que no podía ser, ella me contaba y yo negaba con la cabeza, otra cosa más no podría soportar y siempre le tocaba otra más y otra...
Cuántas veces me he preguntado de dónde sacaba las fuerzas para vivir y ella, experta en hacer croquetas con cosas imposibles, aunque llorase, al rato te estaba contando un chiste.
La primera vez que llegué a la conclusión de que si Dios existe, es chungo, fue en uno de sus múltiples zarpazos a esta mujer.
La que mejor me ha llamado Natacha del mundo.
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