viernes, 15 de marzo de 2019

Un día un gondolero me contó...

Hace tres concretamente, que en Venecia viven cincuenta mil personas, pero reciben treinta millones de visitantes al año. Tuve suerte, salió el sol, buena temperatura en Marzo, no había avalancha de turistas e incluso podías callejear entre canales alejados y solitarios.



El gondolero también me contó que vive en Burano, la isla de las casitas de colores junto a Murano, la de los cristales. Que son muy bonitas y que debería visitarlas la próxima vez. Que todo el mundo visita Venecia y no es la única isla que vale la pena en la laguna.

Me contó de su licencia de gondolero, concedida por el ayuntamiento de Venecia, que el vehículo es de su propiedad, Ludovica se llamaba, que son cuatrocientas y pico góndolas y doscientos y algo canales. Sólo hay una gondolera, que no trabaja porque tiene familia y que entre ellos hablan un dialecto veneciano.

Ir en góndola sin amor, me resultó muy interesante.

Ayer fuí a Florencia, la ciudad que quería visitar desde hace muchos años. Su mármol blanco y verde me impactaron hasta el punto de parecerme irreales. Creí estar metida en una película de dibujos animados, la catedral, el campanario, su baptisterio...son magia. Su puente llenito de casas reconvertidas en joyerias, sus esculturas... Magia por todas las callejas medievales y sólo un sueño imposible, poder verla sin miles de personas como yo.
Hay que volver.

Estoy haciendo un máster en carbonara y helados, me está costando bastante esfuerzo, creo poder sacarlo adelante aunque ayer tuve un desliz con una lasaña boloñesa que me guiñaba los dos ojos desde la carta del restaurante, pero claro...estando en Bolonia es lo que tocaba, no?

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