Y a mí me dio igual, eran castañas, me comería una o dos como máximo mientras caminaba. Es como más me gustan y como mejor me sientan, así, recientes, mientras me muevo y en pequeñas dosis.
Y las setas. De esas sabía que eran vascas antes de encontrarlas, antes de saber si encontraría alguna... Sin duda mi ojo no está educado para detectarlas y menos mi cerebro para distinguirlas.

Y ayer me fui a caminar por el monte y encontré castañas y me hablaron en gallego. Y saludé a muchas setas, ya no eran vascas, pero las encontraba, mi ojo sin querer las buscaba.
Y eran iguales y eran distintas y las unas con las otras danzaban. Era un baile, su baile, ¡déjalas bailar!
Es mi vida, de poco entiendo, mucho desconozco, tiempo, circunstancias, curiosidad, motivación...
Sólo quiero bailar mi baile, el que he creado para mi, adaptado a mi respirar libre de presiones gratuitas.
La seta me contó sin decir nada que le pesaba mucho su casquete, que quería ser libre de volar como la castaña aunque sólo fuese una vez en la vida, aunque simplemente fuese mientras moría. La castaña también en silencio me dijo que vivir dentro de un caparazón acinada era duro, que le gustaría haber vivido acariciada por el viento sabiéndose libre y aferrándose a la tierra.
Y entre medias pedí un deseo al gran roble navarro...
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