Las uñas sucias, mucho. Buscaba un tesoro enterrado en el jardín.
Oro, plata, un hueso escondido por algún perro olvidadizo, cualquier cosa sería un tesoro que le iluminase el aburrido corazón.
Después de un buen rato escarbando te encontró.
Te llevó a casa, te limpió la tierra y te metió en el cajón, ya tenía tesoro. Se lavó las manos.
Eras su tesoro y no entendías nada.
Por las noches se acostaba en su cama, abría el cajón y te metía entre las sábanas, hacía calor y tu no entendías nada.
El tiempo pasó, te acostumbraste a la soledad del día y a su respiración relajada nocturna. Sin entender nada.
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