Y el finde comenzó comprando a la carrera una sandía...
Salí como si me persiguiesen, como si hubiese estado encarcelada y la celda se abriese de golpe, estaba ansiosa, quería conducir, quería trotar.
Cuatro mujeres en un coche llenas de fuerza...un sólo hombre y un perro nos salieron a recibir.
Cenar, charlar, poco sueño, quería que llegase el sábado.
Y llegó.
Y me regaló la primera imagen imborrable. Rubén, el muchacho sale todos los días que se puede a desayunar a un banco, con su taza y su perro, a ver las nubes de niebla por debajo de sus ojos, de las vacas, de cualquiera que se encontrase cerca.
La ruta enorme por el bosque más antiguo de Galicia. Sus tejos, sus regatos, sus cuestas, sus resbalones, sus fotos, sus campitos donde tirarse a descansar entre amigos... he dicho amigos.
Gentes locas, gentes con problemas, gentes fuertes, personas llenas de ganas, cada una las suyas pero vivas, mucho.
Tanto que tras, al menos por mi parte, superar la ruta más dura de mi vida de senderista, unos pocos conseguimos mantenernos en pie hasta las cuatro de la madrugada entre ataques de risa, música y charlas variopintas.
Con la inestimable colaboración de nuestro compinche Rubén, un magnífico pinchadiscos.
El domingo se ponía cuesta arriba...
Trevinca, el techo de Galicia y habiendo dormido cuatro horas tras la ruta del día anterior...complicada tarea.
Cenar, charlar, poco sueño, quería que llegase el sábado.
Y llegó.
Y me regaló la primera imagen imborrable. Rubén, el muchacho sale todos los días que se puede a desayunar a un banco, con su taza y su perro, a ver las nubes de niebla por debajo de sus ojos, de las vacas, de cualquiera que se encontrase cerca.
La ruta enorme por el bosque más antiguo de Galicia. Sus tejos, sus regatos, sus cuestas, sus resbalones, sus fotos, sus campitos donde tirarse a descansar entre amigos... he dicho amigos.
Gentes locas, gentes con problemas, gentes fuertes, personas llenas de ganas, cada una las suyas pero vivas, mucho.
Tanto que tras, al menos por mi parte, superar la ruta más dura de mi vida de senderista, unos pocos conseguimos mantenernos en pie hasta las cuatro de la madrugada entre ataques de risa, música y charlas variopintas.
Con la inestimable colaboración de nuestro compinche Rubén, un magnífico pinchadiscos.
El domingo se ponía cuesta arriba...
Trevinca, el techo de Galicia y habiendo dormido cuatro horas tras la ruta del día anterior...complicada tarea.
Y ahí llega la otra imagen del finde.
Pasito corto y con calma... eso nos recomendó quien ya bajaba de la cumbre. Un hombre de nuestro grupo, un hombre mucho mayor que la mayoría. Un montañero sin duda de los de verdad. Hay tanta paz en su mirada, ¿no?
Y llegamos a la cima, como siempre os pechacancelas más felices del universo.
Y hubo abrazos, hubo llanto y sobre todo emoción. Bueno y sed y hambre.
Bajar fue duro, sobre todo la última subida...vosotros me entendéis.
No me abandoneis nunca.
No me abandoneis nunca.
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