Una gata con collar isabelino y una premenopausica, son las nuevas habitantes de vuestra casita.
Amenaza el invierno, el modelo térmico arrasará entre mis prendas, incluso las íntimas, bragas de cuello vuelto, medias hasta la rodilla, camisetas interiores de borreguillo...Capas y capas.
Ayer me hablaron de unas sábanas increíbles que venden en Portugal, han conseguido que quien me lo contó vuelva a acostarse con su pareja a la misma hora, ya no la envía previamente a calentar la cama ¡Bendito país vecino que concilia la vida marital de mis gentes!
Habrá que ir a por ellas.
He aprendido más sobre calefacción en estos días que en todas mis vidas anteriores.
La mayoría me mira mal y a mi, me hace gracia.
No entienden mi decisión, dejar un piso grande y cómodo cerca del trabajo para irme a una casa pequeñaja y lejos de mi día a día.
Dicen que el apego es malo, que hay que soltar lastre, dejar lo anterior, lo viejo, que tenemos que ser libres, cuantas menos mochilas mejor.
Hace años me compré tres mueblecitos, los primeros totalmente míos, de mala calidad pero peculiares y sólo míos. Entre los tres tienen cuarenta y cinco cajones, curiosamente el mismo número que yo de años y, como yo, poco donde guardar.
Estos muebles me ayudan a hacer hogar, me divierten, forman parte de mi vida y tengo la estúpida sensación de que estaban esperando venirse a este lugar.
Me gusta este apego, la gardenia de la ama, tu mandarino, recoger las sábanas del tendal, imaginaros contentos y recordaros con una sonrisa.
¿Recuerdas aquellas mañanas de domingo, antes de que tu huerta te secuestrase, cuando me levantaba, me metía en vuestra cama y te preguntaba si los muebles respiraban?.
Me gusta estar aquí, aunque me muera de frío en invierno.
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