lunes, 29 de junio de 2020

Hasta el moño



Hasta el moño.

Hasta el moño de abrazar a mi hijo casi a escondidas y siempre metiendo  mi cara debajo de su axila para no tocarnos. Hasta el moño de sentirme culpable por hacerlo.  Hasta el moño de que se tuviese que volver de su sueño.
Hasta el moño de tener botecitos azules por todas partes.
Hasta el moño de no abrazar a la clienta que se ha quedado viuda o a la loca que llega y me dice que no tiene el día y me indica que me siente, que la hora y media que le tengo reservada nos la vamos a pasar sentadas, cada una en una silla con nuestras mascarillas puestas  mientras habla y habla y yo sólo puedo escuchar y quererla cuando lo suyo hubiese sido abrazarla. 
Hasta el moño de que la gente me dé su codo cuando quiero achucharla.
Hasta el moño de limpiar y matar a todo ser vivo microscópico que se me acerque, sea bueno o malo. Hasta el moño del alcohol en mis manos, de respirarme a mi misma, de tirar guantes y mascarillas a la basura. 
Hasta el moño de encontrarme con la boca tapada cuando pellizco un trozo de pan nada más salir de la panadería.
Hasta el moño las cosquillas que algunas mascarillas me hacen en la nariz.
Hasta el moño de temer por la salud de  mis clientas, por mi negocio, de tener que desconfiar del proceder  de personas a las que quiero.
Hasta el moño de hablar de lo mismo.
Hasta el moño de chocarme cuando llevo la pantalla como cuando nuestra gata Estrellita llevaba su protector para no rascarse y se golpeaba por donde pasaba.
Hasta el moño de temer estornudar. 
Hasta el moño de estar  perdiendo mi paz en eso del dormir. 
Hasta el moño de darme cuenta de que antes de esta mierda era muy feliz.

Ayer quedé con tres amigos, con uno de ellos el protocolo dice que cuando nos vemos, yo debo salir corriendo y saltar a sus brazos. Es algo que me gusta hacer con mis grandullones y aunque este pobre se me ha quedado sin culo, el muchacho abraza muy bien. Ayer se abrió en jarras con el casco de la moto puesto para que yo no tuviese miedo de su abrazo pero yo me escondí en mi silla... hasta el moño. 
Y hasta el moño de sentirme culpable también por ello.

Virusito, déjanos en paz de una santa vez, ya sé que yo no me puedo quejar, que he sido una privilegiada. Mi confinamiento ha sido un lujo, estoy sana, mi gente también lo está y con eso debería llegarme, pero tengo el moño muy tirante, de verdad.

Eso sí, ayer me casi me meo intentando hacernos una foto en la que entrásemos los cuatro con la distancia correspondiente.

Felicidades ama.

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