jueves, 15 de octubre de 2020



 Hace unos meses me dijeron que ya podía volver a abrir mi pequeño centro de trabajo, después de sesenta días  encerrada en casa. Una semana limpiando, desinfectando, retirando objetos innecesarios y haciendo de mi local algo más parecido a un quirófano que a una cabina de estética. Lloré todos esos días entre guantes y lejía. La congoja, el miedo a todo me apretaban el estómago, no quería trabajar porque nunca  volvería a ser lo mismo. 

El año que viene cumplo cincuenta añitos y empecé a estudiar estética con quince. Me permití el lujo de aparcarla para conocer a mi hijo y dedicarle unos pocos años lo mejor que supe y pude. Fueron muchos menos  de los que mi hijo se merecía, pero tocaba volver y desde aquella no he vuelto a soltar mi profesión. 

El día que reabrí el local volví a llorar, ya sé que soy llorona, pero cuando  mi querida Miriam empezó a respirar profundo mientras yo le sobeteaba los pies,  me emocioné. Sí, se podía volver a lo anterior, podía volver a crearse ese ambiente que tanto me gusta en la cabina y que ha sido mi sueño desde hace años. Podíamos relajarnos aunque yo estuviese  empañada debajo de la pantalla y la mascarilla y no me pudiese  secar los ojos con el brazo. Mucho me acuerdo de mi gata con su collar isabelino con el que se chocaba por todos lados, a mi me pasa igual,  ahora ya lo tengo dominado, más o menos.

En estos meses por el local han pasado enfermeras, cajeras, profesoras, comerciantes, amas de casa, peluqueras, ellas, sus maridos, sus hijos y sus madres y por suerte esos ratitos que me han regalado se han sentido tranquilas y confiadas, eso lo intuyo porque suelen volver. 

Nuestro ramo no es esencial, claro que no lo es, pero yo no puedo evitar creer que el ratito que están aquí les desconecta de esta tremenda situación por la que estamos pasando. La demanda es esa, con la disculpa de un tratamiento facial o de un masaje, ahora más que nunca tenemos que añadir el botón de desconexión.

Por eso yo estoy feliz. Puedo atender a menos clientes al día porque dejo mucho hueco para el protocolo de desinfección, mis jornadas son larguísimas, echo de menos a Jenni, tengo más gastos y menos beneficios, sueño con mascarillas, siempre  he presumido de dormir en modo tronco de castaño y he perdido esa capacidad pero, estoy feliz porque de algún modo siento que pongo mi granito de arena para que mi gente, que son mis clientes, salgan un poquito más felices de mi centro.

Desde que esto comenzó he abrazado a mi hijo dos veces, si Bruno, dos veces. La salud  de mis clientas y familia se ha convertido en el centro del universo. Tuve la gran suerte de no pasar sola el confinamiento, una carambola insospechada de la vida que tiempo después sólo puedo agradecer me hizo ese regalo  pero tengo clientas a las que yo soy la única persona que les toca desde que llegó el covid a nuestras vidas. Ahora ya ni el médico nos toca.

Que porqué os suelto todo esto? Pues porque parece que mis compis catalanas tienen que cerrar quince días y a mi ya me faltan entendederas.


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