Pues que tengo a todo el mundo estudiando...
Raúl con Laura y los polinomios noctámbulos entre tornillos de lavavajillas, mi hijo con su máster del universo, el Loiro con sus revoltosos peques, tal vez barajando, como yo alguna vez, pegarles el culo a la silla con loctite, como si eso consiguiese que los verbos entrasen mejor en su dispersa cabecita.
La única vez en mi vida que estudié con ahínco del bueno pretendía ser funcionaria.
El primer día de clase quise salir del aula sin mirar atrás en modo Forest, no pude, había pagado una pasta y mi religión me lo impedía.
Ley de régimen jurídico de las administraciones públicas y del procedimiento administrativo común.
A mi padre, cuando ya lleno de lagunas en su cabecita le costaba identificar a las personas que tenía a su alrededor, no le costaba ningún trabajo recitarte el padre nuestro de carrerilla y con voz de niño. Yo me veo recitando el nombre de esta ley.
Me pregunto si mi hijo cantará a Estopa o canciones de iglesia cuando sea muy viejecito, tal vez lo mezcle todo con Dubrovnik, sólo nosotros sabemos el motivo pero no lo veré en éste formato.
Nulidad y anulabilidad, ahí es nada, el trasero se me fundía en la silla, quería hacerme invisible y sin ruidos salir de allí, desaparecer.
Aguanté como una campeona y sobre todo aprendí que es genial aprender. Descubrí que necesito escribir para memorizar, que hay Congreso y Senado, que cambiar de color en la tinta de mis apuntes me ayudaba y que para aprender es imprescindible preguntar, no sólo nutrirte de las dudas de los otros aunque te cueste la vida levantar la mano.
Aprendí que no es más listo el licenciado que el albañil, que además de saber tienes que tener suerte. Que un título no te enseña a comprar el pan. Conocí personas que sabían más que el profesor y nunca aprobaron y que aprobó quien nunca pensé y creo que no hablamos de enchufes.
La tarde del examen la pasé llorando, no contaba con sacar la plaza, pero ese sí confié aprobarlo después de todo, había sobrevivido al primer día...
Ahh!! Mi profe de Procedimiento se llamaba José Manuel y cuando hoy estudio sobre la rosácea, siempre recuerdo su maltrecha piel.
Lara, gracias por robarnos esta imagen.
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