Esto no va de virus.
Cerré la puerta de mi negocio, en principio por quince días y allí la dejé.
Decidí irme a casa un día antes de que lo hiciesen obligatorio, yo ya no podía seguir trabajando así, sin saber si estaba poniendo en riesgo a todo aquel que entrase en el local. Aunque no pudiese atender a mis clientas, podría acercarme hasta el local y era tan bonita que quitarla de allí no se me pasó por la cabeza, volvería pronto. Ilusa...
La regué, llevaba poquitos días conmigo y sabía que tenía que sobrevivir y me aseguré de que le llegase ración de luz suficiente, yo pronto volvería e intentaría que esta vez una de ellas resistiese más allá de dos meses, nunca se me dieron bien esas plantas, ella sobreviviría a mi mala mano, se lo debía.
El día que me la regalaron creí que había venido sola. Tal vez reptando se había acercado hasta mi puerta, llamar al timbre debió ser aún más complejo. Tras el desconcierto pude ver unas pequeñas manos que sujetaban la maceta, me costó encontrar su cara, más bien su sonrisa tremenda, de niña traviesa siempre.
Últimamente recibo paquetes, me piden firma, dni, nombre, apellidos, cualquiera de esos datos, das las gracias y cierras la puerta con tu productos empaquetados, listo.
Sentí un pudor enorme, la mimadora soy yo, es mi estado natural, cómodo. No sé reaccionar, muero de vergüenza y en este caso todo era superlativo.
Unos días antes la portadora de la tremenda orquídea me había dejado en shock por motivos tremendos y en reshock, ya tenemos palabra nueva, porque lo hizo después de dos horas de risas y ternura. Su plan de vida se le había ido a la mierda y yo tardé en entender porque era imposible hacerlo.
Los dos meses de confinamiento me llevaban con la imaginación al local, una clienta me mandaba fotos de la fachada, "todo el orden" me decía. Pero yo pensaba en mi planta...
Antes de abrir la puerta ya la vi, hojas y flores en el suelo y unas ramas resecas como venas ancianas, sujetas por sus guías, donde habían lucido hidratadas y nutridas, p preciosas. Primeras lágrimas de aquella semana de desinfección, incertidumbre, miedo, en fin, ya pasó.
Nos vinimos para casa y no supe qué hacer con ella, en Loira estaría mejor y tirarla no era opción aunque estaba claro que era algo inevitable.
Hace unos días floreció y yo la miro hipnotizada, orgullosa de ella, más de su portadora aquel y todos los días. Son iguales, unas supervivientes.
Gracias, mil veces gracias.
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