domingo, 27 de marzo de 2022

Gracias



 Que susto me pegó tu voz la primera vez que la oí después de tantos años. 

Estabas escondido en un rincón de mi memoria, tuve que hurgar entre recuerdos para volver  a la plaza de los Gudaris,  a aquellas escaleras pegadas a un ascensor, a aquellos adolescentes que se pasaban horas sentados allí charlando y fumando, yo comía pipas. 

Fuimos novietes,  no más de dos meses calculo y después cada cual caminó su camino sin saber nada del otro.

Reapareciste con  internet veinte años después y de pronto me vi  un día de tremendo calor llegando  contigo a un peculiar pueblo y me enamoré de los dos. También de las gentes del lugar, cómo no! 

 Con tu ayuda, la de mi hermano,  Ana y mi hijo  salí de una guerra larga  que estaba perdida desde su inicio. 

Contigo aprendí que las rotondas pueden ser divertidas, mucho. Que no hacer nada está bien. Que quedarse encerrados en un balcón no es el fin del mundo, muy al contrario, puede ser un momento de carcajadas y charla profunda. Aprendí a quererte sin entenderte, a no luchar contra tus bloqueos y a saborear tus llamadas cuando menos las esperaba.

Contigo descubrí a la Natalia loca que arrancaba a conducir el viernes al salir de trabajar  para ver tu cara de sorpresa al verme aparecer sin avisar. 

Recuerdas la primera vez que viniste a mi casa y de camino te quedaste sin batería en el móvil? A las doce de la noche me planté en medio de la calle Coruña porque con ese nombre sabía que te había quedado y hasta allí llegaste. Cuando vi a lo lejos un coche azul, me planté delante y asunto solucionado entre carcajadas.

Me enamoraron tus niñas, la rubia y la morena, Manuel aprendió a arreglar pesianas, el otro día me dijo que les enseñará a sus descendientes a hacerlo. 

 Fuimos a ratitos una familia, con hijos, con perro, con gata...Todo por horas, al peso. En Bouzas sigues teniendo un aparcamiento con tu nombre, pone Sergio.

Me decías que no sabías  como hablabas tanto conmigo, creo haber entendido que ese fue lo mejor y el  problema. Hablaste tanto que te sentiste frágil y te escondiste hasta el infinito, no supe esperar. Estáis los que contáis poco y los que como yo hoy, necesitamos curarnos así.

Hace poco hablamos. Estabas fenomenal. Con tus niñas y tu nietecita, babeando por las tres. Me enseñaste lo que le ibas a regalar a Aroia, se te sentía feliz.  Yo ya tenía muchas ganas de ir a veros, de conocer a Aretha y de volver a ver al tío más guapo que me ha abrazado  y que me abrazará pero te has ido como hacías todo, en silencio, sin ruidos y dejándonos a todos mudos.

Gracias por tu ternura, por haberme querido, por hacerme sentir viva aunque a veces fuese  por lo que me cabreabas. Gracias por tus patatas a la riojana, por tu mirada pícara, por tu música,  por tu rápida inteligencia llena de sensibilidad, Gracias por todo, hombre escudo. 

Que por qué cuento todo esto? Porque ahora ya no te me vuelves a pirar al palomar, ahora siempre estás, te toca escucharme y ya nunca más te vas a callar. Es la parte lista de mi cerebro llegados a este punto. Estos días he llorado mares pero ya sólo quiero sonreirte, que me sonrías y claro está, que te sonrías.


Para algunos la vida es galopar un camino empedrado de horas, minutos y segundos.

Yo, más humilde soy y sólo quiero que la ola que surge del último suspiro de un segundo, me transporte mecido hasta el siguiente.


Sólo se te podía querer, idiota. 




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